Prensa (El Comercio)

Víctor y Jorge González Trabadelo disfrutan preparando la carne en ese punto ‘cum laude’ que la hace inconfundible y genera una legión de incondicionales

Diferente y sorprendente. La subestimada capacidad emprendedora asturiana en tierra propia que de indianos de leyenda y de leyendas de indianos nos sobra repertorio queda rápidamente desmentida a poco que nos movamos. Y si es por caminos poco trillados, mejor aún.

Para poco trillado, este camino que es vía de servicio en un parque industrial al borde de la autovía A-64 entre Oviedo y El Berrón.

Hay que saber situarlo y hay que saber llegar guiándose por las vecindades de grúas El Roxu, de los camiones de Casintra, y de alguna que otra parada y pregunta a pie de almacén, taller u oficina.

También hay que saber entrar. El edificio, lejos de la nave lisa y cuadrangular, alza una torre central de cristal y aluminio, luce en un frontal el logotipo Vegastur carnes roxas con v de puntiagudos pitones, y abre una terraza que circunda el comedor donde la empresa corta y asa el producto propio.

Se debe, pues, meterse en el vestíbulo de la torre, darle al botón de la puerta que de un ascensor se trata, subir, mirar a un lado el Naranco y al otro Peñamayor, entrar, y aspirar el aroma dulce, salado, fresco y enormemente apetitoso para los que no profesen disciplinas vegetarianas, de los chuletones sobre el carbón de encina.

Y sentarse para festejar el constituirnos en remate de la cadena de producción entre el jugoso pasto y la apetitosa proteína.

Sigue leyendo aquí 


Dejar un comentario

Por favor tenga en cuenta que los comentarios deben ser aprobados antes de ser publicados